Calle de Mossèn Tauler
Yo
Siempre sabremos que todo es mezquino,
que el silencio cabe en un rincón,
que todo, todo es mentira desde el faro.
Tú
Corrías desbocado hacia la bici
para ir a ver a Tur pese al peligro
de cientos de guijarros del sendero
Habías saludado a los abuelos
Habías olvidado la vida zahareña.
Escuchabas bullicios de ovejas comiendo.
No importaba la ausencia de final.
Yo
Las mentiras son campo de poetas,
la lírica perdida de un tiempo de épica
en que no vale el lamento perdedor.
Tú
Te daba miedo la casa de al lado.
siempre cerrada y vacía de luz blanca.
Territorio salvaje, escurridizo
que nunca tentaste, miedoso como eras.
Tampoco te gustaban los colores
de la noche, los badajos, el batir
de los murciélagos, las pisadas
bajo la persiana, la luna ebria.
Yo
Perder es nuestro sino. Lo sabemos.
Mientras, soñar. Mientras, reír.
Fingir que no sabemos en quién creer.
Tú
Entonces Foix no existía, sí la playa
de arena fina y limpia, y las chicas
que se tumbaban tranquilas, bañador
de rayas verticales, mirando al cielo.
El pino de s’Arenal te revelaba
un mar calmo para el gozo.
Pasado el faro, olas, lejanía.
En la playa, la arena era un castillo.
Pasado el faro, galanes, platijas, vida.
En la playa, las chicas temblaban.
Yo
La felicidad es como aquel dios,
fábula para los niños bien,
primavera imposible en tierra seca.
Tú
Buscabas el silencio de la primera
tarde tumbado en la cama pequeña
con aroma a jabón, crema solar.
El abuelo en el casino, la abuela
curioseando quién pasaba.
Siesteabas al lado de Pilar,
María, Xisca, con la cabeza llena
de inocencia huraña, muerto de miedo.
Yo
Somos hijos de un torrente seco en que hace poco
era posible todavía lanzar piedras
hacia soles insensatos sin mirar.
Tú
Nunca te faltaba tiempo de soñar
cuando el calor punzaba el portón
de atrás, cazando fantasmas amarillos,
perforando la pared una vez, otra,
conversando en la plaza de la iglesia
sobre setenta y siete frivolidades.
La miseria, el mundo, las escopetas
ya existían. Vivíamos ajenos
a la humanidad fría, despistada.
Rojo era un color de carnaval.
Yo
La ceguera fatiga, también el humo
que deshiela una nieve antigua y honda.
Aparezco solo en todos nuestros sueños.
Tú
La tarde también se ponía en marcha
con un tedio cotidiano gracias al sueño.
Tamarells llegó mucho después,
también los paseos en barca, la madurez
primera, las chicas y la vida
despierta en unos pezones enjaulados;
aparecía el no, aquel no-no
y el solaz con las olas
cuando ya no hacía falta alcanzar la cama
por la ventana verde, demasiado tarde.
Yo
Los sueños, ningún sueño morirá.
Pero serán sólo eso, quimera
inyectable para vivir en este faro.
Andreu Gomila